martes, 8 de marzo de 2016

Sociedad Androcéntrica y Patriarcal

La sociedad moderna se ha levantado y desarrollado bajo un orden o principio androcéntrico que le ha otorgado al hombre, todo el poder y protagonismo histórico. Hasta bien entrado el siglo XX, el espacio público era prácticamente de dominio exclusivo de los hombres, quienes ocupaban los cargos más importantes y de mayor poder, en las instituciones públicas y empresas, es decir, a nivel político y económico: presidentes, grandes empresarios. También eran admirados por su destreza física y valentía, convirtiéndose en héroes de guerra o en reconocidos y premiados deportistas. El talento artístico y la capacidad intelectual o científica, la llamada genialidad, como consta en las enciclopedias y libros de historia (historia burguesa, historia de la cultura blanca), era considerada también como algo relativo o relacionado directamente con el sexo masculino, es decir, como una cuestión o una cosa de hombres. Las mujeres intelectuales, científicas, deportistas o artistas, siempre quedaban relegadas, en un segundo plano, cuando no eran consideradas como una rareza o curiosidad, un complemento o elemento decorativo, siempre dependientes de la mirada, la lectura, visión y concepción que tenía de ellas el género masculino.
Pero el responsabilizar de tal manera al género masculino, es decir, a sólo una parte de la humanidad, de todas las acciones y decisiones de poder, es una carga muy pesada que arrojó consecuencias muy graves en el bienestar de dicha sociedad. Una de las consecuencias graves del androcentrismo que se puede señalar, es la invisibilidad de la otra parte del género humano. Y cuando decimos la otra parte, no nos referimos exclusivamente a las mujeres, ni a las mujeres blancas en específico, sino a todas las personas que no somos “Hombre Blanco Adulto Heterosexual”.
El hecho de que la sociedad moderna se construyera tomando en cuenta sólo los principios, valores y necesidades del Hombre Blanco Adulto Heterosexual, la convirtieron en una sociedad egocéntrica e individualista. La civilización occidental se mira y se considera a sí misma, como la “cultura correcta”, es decir, que considera que no existe otra forma, manera de ser, o de hacerlo mejor. Por supuesto que esta idea de considerarse “perfectos”, “omnipotentes” e “indestructibles”, hace y convierte a las personas en intolerantes, porque las predispone negativamente hacia lo diferente, concibiéndolo como algo equivocado, que no tiene sentido, ni razón de ser. ¿Qué hacemos con lo diferente? ¿Qué hacemos con el otro? Las respuestas que ha tenido la sociedad y cultura androcentrista para las anteriores cuestiones han sido varias: invisibilizar, dominar y eliminar:

La historia occidental está plagada de guerras, de luchas mundiales y de violaciones a los derechos humanos y culturales, en favor del control, la dominación y opresión de grupos humanos. El ejercicio de la ciudadanía constituyó en un principio, dentro de la sociedad occidental, un derecho exclusivo de la clase burguesa, la cual, estableció oficialmente sus códigos culturales para poder ejercer la ‘Ciudadanía Universal’
Poleo, Elba. (2004). La cultura y la construcción de la Ciudadanía Democrática Multicultural. Cuadernos Edumedia (5). Caracas. Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Págs. 55 – 56.

El materialismo y pragmatismo del mundo occidental, hoy día, con la crisis planetaria (económica, energética, alimentaria, climática), pareciera hacerse cada vez más insostenible. Es verdad que gracias al desarrollo de la ciencia y la tecnología, el ser humano ha sido capaz por ejemplo de llegar a la luna, de conectarse con millones de personas, a través del uso de la Internet, y de crear medicamentos y tratamientos para la cura de enfermedades; pero también es cierto que son muchas las pérdidas humanas, los daños ecológicos y la contaminación que ha sufrido el planeta, en aras del progreso. Luego de la segunda guerra mundial, de los traumas sociales causados por los crímenes de guerra, por los horrores del fascismo, la sociedad occidental comenzó a darse cuenta que el progreso tecnológico y científico, era un arma de doble filo; dicho desarrollo podía generar gran bienestar, pero a su vez, también era responsable de graves daños y crímenes contra la humanidad.
Uno de los valores más arraigados en nuestra sociedad, es la idea del progreso económico y el desarrollo tecnológico. La sociedad occidental contemporánea, se ha forjado bajo esta idea y este deseo. No hay país industrializado que no se sienta orgulloso de los alcances o avances logrados en cuanto a tecnología y poderío industrial. Pero la gran industrialización de los países ricos, como Estados Unidos o los países miembros de la Unión Europea, tiene su deuda en vidas humanas con África por ejemplo, porque unido a la Revolución Industrial y al dominio de Inglaterra en el siglo XIX, y al de Estados Unidos en el siglo XX, está el saqueo y explotación del continente africano y la esclavitud de sus habitantes, a quienes se les despojó de su condición de seres humanos, al ser tratados y considerados como unas bestias, por aquellos que habían creado “La Razón” y “Los Derechos Humanos”. Pero no sólo los esclavos africanos fueron víctimas de la Revolución Industrial, también fueron sus principales víctimas: hombres, mujeres y niños/as del continente europeo y americano. Sin embargo para los hombres que habían creado “La Ley”, La Justicia y la “Democracia”, todo funcionaba de una manera correcta, justa y democrática:

(…) hace un siglo, Tocqueville alababa las maravillas del sistema democrático estadounidense, enfatizando que, con la excepción de los esclavos, los sirvientes y los pobres mantenidos por los sistemas municipales, no habían nadie en Estados Unidos que no pudiera ser elector y participar, si bien de manera indirecta, en la formulación de las leyes. Lo que es interesante, es que para Tocqueville excluir a las mujeres, los esclavos, los sirvientes y pobres de la asistencia social –en otras palabras, más de la mitad de la población de Estados Unidos en aquel tiempo- no era una violación al ejercicio de los derechos democráticos de los individuos.
Torres, Carlos A. (2001). Democracia, Educación y Multiculturalismo. México. Siglo Veintiuno Editores. Pág. 195.


A finales de los años sesenta y principios de los setenta, la lucha por los derechos civiles de las “minorías”, protagonizaba la escena sociopolítica internacional. El mundo fue sacudido y convulsionado por las protestas, reivindicaciones y revoluciones sociales. El modelo burgués, de ciudadanía y de ciudadano(a), fue duramente criticado y cuestionado por las organizaciones civiles que abogaban por los derechos de las mujeres, jóvenes, negros, indígenas, obreros, campesinos, etc., porque dentro de esa idea de sociedad y ciudadanía, que el burgués, representado físicamente por el Hombre Blanco Adulto Heterosexual, había creado para sí, no se tomaba en cuenta ni se representaba, las diferentes necesidades, costumbres, valores, tradiciones, formas de vida, cultura, historia, cosmovisión o maneras de representación del mundo, de los demás grupos sociales y culturas.
Hoy, en las primeras décadas del siglo XXI, se puede decir que tanto la pluralidad como la diversidad, definen y caracterizan nuestra identidad, y nuestra manera de vivir la existencia. Y las mujeres, asumiendo y desempeñando un papel tan polifacético a lo largo de los últimos cincuenta años, tanto en la vida familiar como en la pública, han terminado por convertirse en un modelo de sujeto social pluralista: las mujeres de hoy somos tanto trabajadoras como amas de casa, profesionales, madres, esposas, compañeras de luchas sociales, etc. Todas estas cualidades caracterizan nuestro yo femenino (McRobbie, 1998). Las mujeres al asumir todos estos roles y posiciones, hemos cambiado considerablemente, los patrones sociales tanto femeninos como masculinos. 
Para Chantal Mouffe, el ser humano es de una cualidad dinámica y pluralista, por lo tanto no puede ser de de ningún modo etiquetado o estigmatizado como tradicionalmente lo ha hecho el pensamiento moderno, al definirlo como un ser universal de cualidades únicas y homogéneas. Mouffe, niega entonces, una única concepción del ser humano, así como una idea única de lo que es un "hombre" o una "mujer". Esta definición de identidad que formula la autora, es una concepción o modelo de individuo y por ende de sujeto social, que rompe con la definición clásica y burguesa, que lo define como un ser "único" y "homogéneo". Fianmente aclararemos que para Chantal Mouffe, "la identidad se debe vver como el producto de la interacción entre diferentes discursos que construyen la experiencia de un sujeto y las diferentes posiciones que definen esa experiencia".
Las mujeres de las parroquias y comunidades más populares de Venezuela, luchamos cada día para construir una identidad propia que difiera de la que se nos quiere imponer desde afuera. Somos personas libres, responsables y capaces de asumir el reto de la construcción de una identidad que realmente exprese todo nuestro potencial humano, que se hace evidente en la lucha, el trabajo y la valentía que demostramos diariamente las mujeres venezolanas. 



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